sábado, 19 de marzo de 2011

Los invisibles · Fernando García Gutiérrez




'' SAN FRANCISCO JAVIER YA HABLO DEL TESON DE LOS
JAPONESES CUANDO LLEGO EN 1549 ''


EN julio de 1956, cuatro jesuitas embarcaron en el puerto de Marsella en el barco Laos rumbo a Japón. Seis años después, uno de ellos, Fernando García Gutiérrez (Jerez, 1928) se ordenó sacerdote el 19 de marzo de 1962 en la iglesia de San Ignacio de Tokyo con vino de consagrar de González Byass.

-Impresiona ver al emperador Akihito hablando por televisión.

-Siendo príncipe heredero, visitó Sevilla en 1973 con la princesa Michiko y les enseñé el Museo de Bellas Artes a petición de su director, José María Benjumea.

-¿Cómo era Japón en 1956?
-Hacía 11 años de la bomba atómica, todavía quedaban secuelas, pero ya iba muy adelantada la recuperación. De ésta también saldrán; son de un tesón y de una capacidad de recuperación enormes. Son una raza privilegiada. Ya lo dijo San Francisco Javier cuando llegó en 1549.

-¿Qué tiempo permaneció allí?
-15 años, con la salvedad de ocho meses que aproveché para venir a ver a mis padres y acabar en Barcelona asignaturas que me quedaban de Filosofía y Letras.

-¿Cuando decide regresar?
-El padre Arrupe, que había sido provincial de la Compañía de Jesús en Japón, estando ya de superior en Roma me pidió que viniera a España para llevar las oficinas de las misiones de Japón en Madrid y Sevilla. Vine temporalmente y llevó 40 años.

-No perdió el contacto...
-Suelo ir a Japón cada dos años. Ahora tenía previsto acompañar a José Enrique Ayarra, que iba a dar unos conciertos de órgano a finales de marzo. Antes de la catástrofe cambiaron las fechas por problemas de organización. Si Dios quiere, iremos a finales de septiembre o primeros de octubre.

-¿Qué le ha dado Japón?
-Allí, antes de ordenarme, estudié Arte Oriental y Teología. Dedicas dos años a aprender la lengua y la cultura. De los 22 libros que tengo publicados, 18 están dedicados al Japón, incluida una trilogía sobre las relaciones culturales entre Japón y Occidente.

-¿Han sido fluidas?
-No siempre. Mi discurso de ingreso en la Academia de Bellas Artes lo dediqué a dos momentos de esa relación: el primero coincide con la visita de San Francisco Javier; el segundo, después de un largo periodo entre 1615 y 1868 en que el país permaneció herméticamente cerrado. No había televisión ni radio, eran islas. Filipinas era española y temían que el archipiélago lo ocuparan españoles o portugueses. Sólo permitieron la presencia de una colonia holandesa cerca de Nagasaki.

-Es un experto en arquitectura japonesa...
-Me encanta. Tadao Ando, autor del pabellón de Japón en la Expo, construye sus edificios con madera ensamblada a prueba de terremotos.

-La crisis impidió ver la obra de Isozaki en la Cruzcampo...
-Otro gran arquitecto. La gran referencia es Kenzo Tange, autor de la catedral de Tokio que se inauguró durante los Juegos Olímpicos de 1964. Yo estaba allí.

-¿Ejerció de jerezano en Japón?
-Como mis padres no pudieron ir a mi ordenación, me mandaron vino de consagrar de las bodegas González Byass y formas para las hostias con trigo de la finca familiar. Manuel González Gordón, bodeguero y amigo, decía que el carácter del jerezano estaba conformado por los litros de vino evaporado en el ambiente.

-¿Qué fue de sus compañeros de travesía?
-González Artillo, sevillano, sigue en Japón. Es uno de los 45 jesuitas españoles que están allí. Los otros dos, un catalán y un granadino. 33 días de travesía, con la primera parada en Alejandría.

-¿Vivió algún terremoto?
-Allí son frecuentes, pero duraban segundos. Ahora han sido seis minutos. Eso es terrible.

-¿Tiene contactos con la colonia japonesa?

-Hablo mucho con Teresa Takahara, carmelita descalza, la única religiosa japonesa en Sevilla.